Si el niño eligió una mala serial, después de esta andanada de preguntas es posible que no vuelva a ella la próxima vez, que elija otro programa, y si en ese momento no hay ninguno de interés puede ser que apague, él mismo, el televisor y vaya a jugar, a aprender, a transformar cosas, ya que lo que naturalmente le atrae es la acción.
Mirar sentado una serial rutinaria puede aburrir (y dañar la inteligencia), en cambio, la actividad propia nunca lo llegará a aburrir. Para ese momento necesitaremos maderas, cartones, cola, clavos, martillos, pinceles, tijeras y más tiempo, por supuesto, para construir juntos. Así se desarrollan destrezas, habilidades manuales que interactúan con las formas de pensar que hemos analizado en los capítulos anteriores.
Dijimos antes que no enseñamos a pensar solamente para que los niños sepan pensar.
Les enseñamos para que actúen en consecuencia con su pensamiento. Este es el camino de la inteligencia: del hacer al pensar, del pensar al hacer mejor; del hacer mejor al pensar mejor...
Ninguna reflexión es plena si no se vuelve a la acción; pero ahora no se trata de la actividad sin un propósito definido con la que el niño inicia su contacto con el mundo. Ahora se trata de hacer para cambiar, para mejorar los objetos que nos rodean, los seres con los que convivimos y mejorar nosotros mismos.
Y lo hacemos juntos, padres e hijos.
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