El primer modo de aprender: Observar

El niño aprende fundamentalmente por sus acciones en la realidad. Si queremos que él se apropie de lo que los seres humanos han atesorado en su cultura, que sepa mucho de lo que se enseña en los sitios y en la escuela, pero queremos sobre todo que el niño se haga cada vez más inteligente, tenemos que lograr que tome conciencia de los efectos de sus acciones sobre lo que lo rodea, que no pase por aquí y por allá sin fijarse, que ponga atención en lo que sucede en los lugares, en los momentos del día, en la gente, en los árboles, en lo que se repite una y otra vez de un modo similar, en lo que va cambiando y cómo va cambiando, en una palabra, tenemos que conseguir que nuestro hijo sea un niño observador.

Sus ojos, sus oídos, sus manos, su nariz, su lengua, toda su piel, le permiten tender puentes a su alrededor. Quienes pierden alguno de los sentidos se dan cuenta de cómo eso los aisla, les dificulta comprender profundamente lo que pasa a su lado. El niño que ve bien, que oye, que huele, tiene que aprender a actuar usando esos recursos formidables para no quedarse prácticamente encerrado en un pequeño mundo conocido y rutinario.

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