Como el bebé tiene que responder ante situaciones en las que se encuentra, actúa según formas con las que intenta conocer y dominar al medio: asir objetos, chuparlos, etc.
La aplicación de esas formas de actuación para asimilar objetos desconocidos le permite un intercambio exitoso con el medio en algunas ocasiones; en otras, tales formas fracasan porque la acción que desarrolla el niño no es adecuada a la exigencia del ambiente. En ese caso se ve obligado a modificar los intentos iniciales para ejecutar nuevas aciones, desarrollar otras conductas exploratorias, variando o combinando las que ya formaban parte de su equipo de conocimientos.
Queda dicho que la acción es el modo inicial del conocimiento. Ya en su cuna el bebé produce cambios en los objetos, primero sin intención, luego voluntariamente, y toma conciencia de sí mismo a través de los efectos que sus acciones causan sobre los objetos. Como ese pequeño mundo es cambiante, las experiencias logradas no siempre le aseguran un nuevo éxito: ese desequilibrio continuo a que lo somete la variación del entorno es lo que da empuje a su inteligencia inicial, la inteligencia de recibir imágenes distintas y actuar en consecuencia.
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