a) que el niño no atienda aspectos de la realidad, o que se desentienda de ellos, que observe parcialmente los puestos o simplemente que no ponga cuidado en observar;
b) que no relacione unas ofertas con otras, que no tome conciencia de las semejanzas o de las diferencias entre las mercaderías que le ofrecen;
c) que no manifieste una correcta relación del espacio y del tiempo (no relacione la capacidad de su bolso con el volumen de lo que pretende comprar, no recuerde la posición de los puestos en el mercado, no tenga idea del tiempo que le lleva el mandado, etc.);
d) no sintetice sus observaciones en una idea global que le permita llegar a una decisión razonable;
e) no aplique conocimientos que domina (no transfiera a esa situación lo que aprendió sobre el sistema monetario, no presuma el valor de la suma de su compra, no sepa decir si le dieron el "vuelto" correcto);
f) no se plantee interrogantes o no forme un juicio crítico sobre los hechos que presenció (diferencia notoria de precios, higiene de los puestos, cantidad de compradores a una detenninada hora, etc.).
Lo que debemos propiciar, primero a través de nuestro propio ejemplo y luego de solicitudes adecuadas, es que el niño observe, que relacione y que formule (que se formule) preguntas frente a los hechos que presencia: ¿pomo es esto?, ¿qué tiene que ver con aquello?, ¿por qué pasará esto otro?
Para favorecer la conducta inteligente del hijo, debemos tener nosotros también una conducta inteligente, renovada, con cierta audacia. Si no confiamos en el desarrollo de la inteligencia de nuestro hijo y le damos, por ejemplo, un papelito con el pedido de comestibles y el dinero para que se lo entregue al vendedor y recoja el pedido y el "vuelto", no trabajamos en aquella dirección.
Si en cambio le proponemos que revise todos los precios y las calidades de las mercaderías que se ofrecen para decidir por sí mismo qué es lo mejor para comprar, le sugerimos que estime antes de pagar cuál es el monto gastado y el posible "vuelto", estamos ayudando a la construcción de un niño observador permanente de lo que lo rodea y de él mismo, con un modo relacionador de apreciar la realidad, capaz de buscar explicaciones para todo aquello que le llama la atención.
¿Aprenderá más mi hijo si lo mando al parque a que se entretenga o si voy con él a jugar, a encontrar hojas con nuevos colores, semillas con distintas formas, árboles más añosos, ruidos más suaves, nubes más lejanas? ¿Y no disfrutaré yo también al sentir que su inteligencia crece con mi ayuda? ¿Y no será que mi propia inteligencia crece cuando tengo que encontrar ideas nuevas, juegos atractivos, propuestas distintas, desafíos a su imaginación?
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